martes, 13 de septiembre de 2011

AL EGO NO LE GUSTA QUE LO VEAMOS... QUE LO DESCUBRAMOS... ASÍ PIERDE FUERZA EN NUESTRA MENTE...





El proceso evolutivo o de despertar a la conciencia de nuestra identidad espiritual pasa por desenmascarar al ego. Por lo tanto, es de vital importancia verlo, conocerlo, distinguirlo en nosotros.


El ego es un estado alienante de conciencia, aquello que Patanjali define como la pesadilla del Yo Real (o de la Conciencia Pura del Alma), en que el ser humano se identifica con una imagen de sí mismo, con una definición que le acomoda al aliviar el miedo, el dolor, la ansiedad de vivir creyéndose sólo y separado.

El ego es el falso yo, la imagen narcisista con que nos presentamos ante el mundo, y ante nosotros mismos, identificando nuestro “ser” con nuestro “parecer”. Es un personaje, no una persona; un personaje que ha olvidado al actor que lo encarna y, por tanto, representa un guión sin saberlo. Es una idea, un concepto acomodaticio de quien soy, una falsa identidad que de tanto actuar me posee, haciéndome creer que ese Soy yo. Está constituido de tramas de ideas acerca de quien soy . El ego es un personaje que hace afirmaciones acerca de sí, que camina en la vida con ideas repetitivas y obsesivas...

No importa cuál sea el disfraz, éste siempre nos irá rigidizando, fijando en un rol, en ideas acerca de lo que “deberíamos ser” y definiendo a nuestro “yo” a partir de una máscara. Así es como nos vamos convirtiendo en estatuas de sal sin sangre, sin vida, sin la sabiduría que da el auténtico vivir con sus múltiples facetas y aprendizajes.

El ego es sumamente frágil, aún cuando lo creamos fuerte tiene pies de barro. Sólo viéndolo con claridad se desarma. Por tanto, en el trabajo personal la idea no es reprimirlo, ahogarlo, negarlo; sino verlo o, en otras palabras, ser concientes de él. Al ser concientes de nuestras corazas dejamos de estar fusionados con ellas. Nos desidentificamos y así pierden su poder sobre nosotros.

...Teme a lo que mal entiende como la muerte que significaría tomar contacto con su interioridad o Yo verdadero y perder la identidad separada para entrar en una identidad Unida a la Totalidad. Por ello está permanentemente
creando separación, fragmentándonos, llevándonos a perder el estado de coherencia interior-exterior, ausentándonos.

...La tendencia natural de la mente egocéntrica será sacarnos de ese estado de Unidad a través de pensamientos que nos separen del simple caminar por la calle, con ideas como “me debería haber puesto otros zapatos”, “voy a llegar tarde”, “necesitoganar más plata”, “que agradable o desagradable es esa persona” o recordando cosas no resueltas que nos atormentan o anticipando lo que vendrá: cualquier cosa que nos saque de la totalidad de ese instante, de
la vivencia de eterno presente para hacernos caer en el ego separado, ansioso, ausente.

...El ego vive desde sí, para sí, centrado en sí mismo, inundado por su disfraz. Está tan fusionado con su personaje que no es capaz de ser empático, de ponerse en el lugar del otro. Vive en la polaridad emocional de la simpatía si el otro lo acepta o la antipatía si el otro lo rechaza, lo niega o contradice o si no calza con su definición de la realidad.

La mirada egocéntrica lleva al ser humano a sentirse y verse como el sol al centro del universo, con los demás girando a su alrededor a quienes hace la exigencia implícita de que cumplan sus expectativas. Como se veal centro, interpreta las acciones de los demás como referidas a sí mismo. Si el otro dice o hace algo, lo hace para herirme, avasallarme, agradarme o conquistarme; sin embargo, lo más probable es que el otro esté en su propio mundo y ni siquiera se haya dado cuenta que el otro se sintió afectado.

Podemos desde aquí comprender todo el “rollo”y las confusiones que se suscitan en las relaciones entre seres humanos. Las relaciones de pareja vividas desde el ego, por ejemplo, llevarán a que ambos estén exigiendo al otro que viva para él o ella, que cubra sus carencias, que esté atento a sus necesidades y el amor será medido por el nivel en que el otro responde a esas expectativas. Como ambos esperan lo mismo, la relación se transforma en un constante reproche, en un permanente sentirse herido porque el otro no hace lo que realmente debiera hacer si “de verdad me amara”. Esto mismo ocurre en las relaciones entre padrese hijos, amigos, colegas, etc.

El ego jamás se sentirá satisfecho, a no ser que atrape al otro en su red y éste viva girando en torno a él, que es uno de los modelos de relación adaptativa que toman los egos.

El ego pone en otros los aspectos o cualidades que niega de sí. Es incapaz de ver su propia maldad, por ejemplo, entonces ve a otros que son “malos”, se compara con ellos poniendo su falsa imagen en un espejo y mientras peor ve a los otros, mejor se ve a si mismo.

Una persona que está identificada con el ego suele ser un duro juez de los otros, ve la paja en el ojo ajeno y no es capaz de ver la viga que tiene en el propio.
Mientras más niega aspectos de sí, más se cree superior y más juzga a los demás sin darse cuenta que por el sólo hecho de ser humano también porta en sí todo el abanico de emociones y pensamientos posibles. No se da cuenta que muchas veces detrás de sus civilizadas sonrisas se oculta la rabia, el rencor, la violencia y que, si se atreviera a verlas y contactarlas, éstas se aquietarían.
Una persona que se conoce en sus luces y sombras rara vez se yergue en juez de los otros, pues sabe que los cielos e infiernos están en sí mismo y en todos...


PATRICIA MAY