domingo, 25 de septiembre de 2011

Todo ese sufrimiento se debe a que le hemos dado un valor exagerado a la forma y al hecho de no tener conciencia de la dimensión del espacio interior.

Cuando dejamos por completo de estar identificados con las formas, la conciencia, lo que somos, se libera de su prisión en la forma. Esa liberación es el surgimiento del espacio interior. Se presenta como una quietud, una paz sutil en el fondo de nuestro ser, hasta en presencia de algo aparentemente malo. Esto también pasará. Entonces, súbitamente, hay un espacio alrededor del suceso. También hay espacio alrededor de los altibajos emocionales, incluso alrededor del sufrimiento. Y por encima de todo, hay espacio entre los pensamientos. Y desde ese espacio emana una paz que "no es de este mundo", porque este mundo es forma y la paz es espacio. Es la paz de Dios.

Entonces podremos disfrutar y honrar las cosas de este mundo sin atribuirles la importancia y el peso que no tienen. Podremos participar en la danza de la creación y llevar una vida activa sin apegarnos a los resultados y sin imponer exigencias exageradas al mundo: lléname, hazme feliz, hazme sentir seguro, dime quién soy. El mundo no puede darnos esas cosas, y cuando nos despojamos de esas expectativas desaparece todo el sufrimiento creado por nosotros mismos. Todo ese sufrimiento se debe a que le hemos dado un valor exagerado a la forma y al hecho de no tener conciencia de la dimensión del espacio interior.

Cuando esa dimensión se manifiesta en nuestra vida podemos disfrutar las cosas, las experiencias y los placeres de los sentidos sin perdernos en ellos, sin apegarnos  a ellos, es decir, sin volvernos adictos al mundo.

La vida de la mayoría de las personas está atestada de cosas: cosas materiales, cosas por hacer, cosas en qué pensar. Es una vida parecida a la historia de la humanidad, la cual Winston Churchill definió diciendo, "una maldita cosa tras otra". Sus mentes están atestadas de pensamientos, que se suceden uno tras otro sin parar. Esa es la dimensión de la conciencia del objeto, la cual constituye la realidad predominante de muchas personas y es la causante de tanto desequilibrio. A fin  de que la cordura reine nuevamente en nuestro planeta, debemos equilibrar la conciencia del objeto con la conciencia del espacio. El surgimiento de la conciencia del espacio es la etapa siguiente en la evolución de la humanidad. Tener conciencia del espacio significa que, además de tener conciencia de las cosas (que siempre se reducen a las percepciones sensoriales, los pensamientos y las  emociones) hay un estado de alerta subyacente. Ese estado de alerta implica que no solamente somos conscientes de las cosas (los objetos) sino también del hecho de ser conscientes. Es eso que percibimos como una quietud despierta en el fondo mientras las cosas suceden en primer plano. Es una dimensión que está presente en todos nosotros, pero que pasa inadvertida para la mayoría de las personas. Algunas veces la señalo cuando pregunto, "¿Puede sentir su propia Presencia?"

La conciencia del espacio representa no solamente la liberación del ego, sino también del materialismo y la materialidad. Es la dimensión espiritual, la única capaz de imprimir trascendencia y un verdadero significado a este mundo.
La razón verdadera por la cual nos molestamos ante una situación, una persona o un suceso no está en la persona, la situación o el suceso, sino en haber perdido la perspectiva verdadera que solamente el espacio nos puede proporcionar. Quedamos atrapados en la conciencia del objeto y perdemos de vista el espacio interior atemporal de la conciencia misma. Cuando utilizamos como guía la frase También esto pasará, recuperamos la conciencia de esa dimensión interior.
Otra frase que nos señala la verdad interior es la siguiente: "nunca estoy disgustado por la razón que creo".