sábado, 22 de octubre de 2011

No es que el mundo esté peor que antes, es que, ahora, somos capaces de ver con claridad cuánta distancia hay entre aquello que presentimos como una Verdad más amplia y nuestra vida concreta. Como un prisionero que se ha acomodado a vivir tras las rejas, hasta que un día ve un campo verde, florido y sin limitaciones donde las personas ríen y comparten. Sólo entonces, por contraste, juzga cuán limitado, oscuro y desencantado es el mundo que habita....



Desde el punto de vista de la evolución de la conciencia estamos en un momento privilegiado. Hemos alcanzado niveles de autoconciencia que nos permiten ver nuestra propia alienación. No es que el mundo esté peor que antes, es que somos capaces de ver con claridad cuánta distancia hay entre aquello que presentimos como una Verdad más amplia y nuestra vida concreta. Como un prisionero que se ha acomodado a vivir tras las rejas hasta que un día ve un campo verde, florido y sin limitaciones donde las personas ríen y comparten. Sólo entonces, por contraste, juzga cuán limitado, oscuro y desencantado es el mundo que habita. Esto nos genera una gran tensión. Sabemos que ni el estado del mundo ni nuestra vida responde a nuestros anhelos más profundos y aunque intentamos hacer cambios, nos damos cuenta que, si bien tenemos claras las cosas intelectualmente, nuestros miedos, inseguridades, envidias no nos permiten dar pasos significativos hacia un vivir en la confianza y la colaboración.

Lo que lo hace difícil es que, como decíamos antes, los cambios paradigmáticos no ocurren sólo por allá afuera, en el mundo institucional; sino que nos ocurren a nosotros, haciendo tambalear nuestras certezas, aquellos parámetros en los que fundábamos nuestra vida y nuestra seguridad.

¿Qué pasa, por ejemplo, con un ejecutivo “exitoso” que entra en depresión o en un agotamiento que no le permite seguir con el ritmo acostumbrado? Hay dos posibilidades: se hace consciente del paradigma competitivo y acelerado en que ha estado navegando y hace el cambio a otros valores y otro sentido o persiste en lo mismo, hasta enfermar tanto que ya no puede seguir.

Es en estos hitos que tomamos conciencia de ser portadores de una cultura que en muchos aspectos nos ha llevado a la exacerbación de valores que destruyen nuestro humano ser. Conceptos como competitividad, poder sobre los otros, cantidad, dinero, éxito, imagen, poder, agresividad, jerarquía, intelecto, lógica, status, control, exclusión, individualismo, aceleración, rapidez, actividad y más actividad son aspectos centrales en nuestra cultura. Exacerbadas hasta el agotamiento, constituyen los valores de nuestro modelo inconsciente en nombre del cual muchas veces estamos dispuestos a sacrificar nuestra salud, la felicidad de nuestra familia y nuestra integridad.

Evidentemente es la falta de equilibrio con los opuestos, con la otra cara de la medalla lo que produce la enfermedad. Aspectos como silencio, interioridad, paz, armonía, calidad, calidez, afecto, generosidad, ritmo, ser, diversidad, aceptación, incertidumbre, capacidad de escuchar, receptividad, servicio, presencia, contacto, ancianidad, sabiduría, magia, gozo del momento, plenitud, simplicidad, encantamiento cotidiano son relegados como valores de tercer orden en nuestra cultura.

PATRICIA MAY
"De la cultura del ego a la cultura del alma"