Las personas que desarrollan un gran comodidad consigo mismas aprenden a respetar, a ser espacio y querer todo lo que les constituye. Al mismo tiempo, no se identifican con ello: lo observan como si fuera el sorprendente desfile de su vida, el oleaje continuo de sus vivencias, sin tomarlo tan en serio, ni tampoco creerlo su realidad personal definitiva, única y acabada. Saben del dominio de lo transitorio.
Por un lado se entregan a vivir lo que les recorre y les impulsa y tiene sentido; abrazan todo aquello que salta a su paso. Por otro se convierten en observadores de lo que viven, piensan, sienten, notan, hacen.... Aprenden a vivir en un centro vacío que todo lo permite, lo alaba incluso, pero en nada se apasiona en exceso. No se confunden. El SER no son las formas, aunque también esté en ellas y fuera de ella, aunque resida en todas partes. En este modo natural, encuentran paz y armonía que se vuelve estable, por debajo de los cambiantes oleajes de lo que viven.
En el juego de las polaridades, en esta vida que es "como un cuento relatado por un idiota", como dice Shakespeare, cultivan el punto central no decantado, el eje de la circunferencia de la personalidad. Y es que cuando habitamos toda las circunferencia de la personalidad y podemos observarla y vivirla con todos los detalles, cuando dejamos de desear las tijeras mágicas para recortarnos a la medida de nuestro ideal, la energía se libera para sentir el punto cero, el eje central, el ojo que mira, el testigo que ratifica, la conciencia que observa. Creamos un centro espiritual. El ser esencial nos hace notar que está encendido vibrante. Estamos en casa.
La vida crea y piensa todas las formas, para que las adoptemos entre todos, para que las juguemos profusamente. Así lo hacemos, y al mismo tiempo no somos ello, y debemos saberlo. No somos nuestro cuerpo aunque él nos vive. No somos nuestros sentimientos, aunque también nos viven, ni somos nuestros pensamientos a pesar de que también nos toman. Sabemos que no somos ellos. Entonces los disfrutamos y aparecen y se desvanecen como gestalts constantes que se crean y se destruyen, y mientras tanto permanecemos en nuestro centro.
Quien está cómodo con toda las circunferencia no gasta energía en parapetarse de lo que teme. De lo que cree no ser. Se siente a sus anchas, en todos sus yoes y tendencias. Y como no tiene nada que defender, su energía se dirige espontáneamente al presente, se vuelve disponible para cada ahora, entra en comunión con cada instante y lo abraza. No lo decide, no lo pretenda no lo encamina, sólo ocurre. Tiene los recursos: la casa está ventilada y la energía libre. El presente se ilumina ¿Y que ilumina? La realidad tal como es, a nosotros tal como somos, y a los demás todos ellos tal como son. Lo ilumina todo sin distinción, aquí y ahora.